Lorena Mal, Largo Aliento

ID et.al.: EI024; Sección: Editoriales Independientes

 

Fire Ecologies
Text by Jiordi Rosales

The ravine is alive with the sounds of people traversing like ants across its steep slopes, pulling branches away from the bases of trees clasped tightly to the side of the mountain. I gather grass from a small patch of sunlight growing along the narrow road. Kneeling at the site of the coming fire, I fold the grass into an oval and set to rolling dried leaves of wormwood between my hands till the fibers become as fine as lint. I nestle the herb down into the center of the grass oval, which comes to resemble the careful nest of a bird. I prepare the point of the mare’s tail spindle to match the notch on the cedar board, and pile leaves and sticks to receive the beginning of a small fire.

The forest here is thick with small trees and quieted by 150 years since fire and its tenderness had been taken away. The massive stumps of ancestor trees show a different kind of forest once lived here, spacious and patient. Not the fast and racing forest that is here now, each tree pushing against the next. The grain lines on the stumps give away their secret to how a forest stayed so big and open. Scattered across the years etched in circles, the mark of a fire, charring the wood, eating a bit of the grain. The blackness followed by tight grain lines, singing for renewal, five years to recover from the heat. Followed by bounding and open lines, the tree growing faster now, no longer competing with the smaller trees who had burnt in the fire, new sunlight, new water. Sometimes the lines don’t make circles, but becoming waves curling back in on themselves, making time do something different. This pattern repeats for many hundreds of years, expanding each season. Then a new time came and the tree was cut down, and its fire taken away.

We are here now on that timeline – not a line on the tree stump but the space around it. We are here now making a spark into the grass, which grows to a flame the color of sweet corn. We pass the fire between our torches and walk it slowly along the top of the ravine. Fire moves slowly downhill, against the upward pulse of heat, backing down through the fine crackle of leaves. Time is slow this morning before the fire reaches the first old stump, licking up the sides, tasting the years it took to grow such an elder. But the stump is old and dry, and when the fire learns this, it doesn’t take long before mounting over the top and the wood is crackling with heat, grain lines breaking open with sparks. 

Is it grief or fear that rises up in me watching this archive burn – these final funerary rites of the forest’s memory. Yet their consumption is essential to the maintenance of the practice that sustained them. The fire makes a crossroads of us all here. If the memory doesn’t live fixed into the stumps anymore, it has to live in the practice. One of the fire-lighters begins to sing:

[11] “mandô chamá 

a bença atotô

seu xaxará

a ferida secou

xangô ilê

o caô o cabiecilê ilê

seu xaxará

a ferida secou”

“asked/demanded to call/kindle/flame/fire

the blessing atotô

seu xaxará

the wound has dried

xangô ilê

o caô o cabiecilê ilê

seu xaxará

the wound has dried

Lorena Mal (Comp.) (2024). Long Breath, Mexico City: Fundación op.cit.  p. 9-10.

Ecologías de Fuego
Texto por Jiordi Rosales

El barranco está vivo con los sonidos de gente que recorre como hormigas sus empinadas laderas, arrancando ramas de las bases de los árboles, fuertemente aferrados a la ladera de la montaña. Recojo hierba de una pequeña parcela iluminada por la luz del sol que crece a lo largo del estrecho camino. Arrodillado en el lugar del incendio que se avecina, doblo la hierba formando un óvalo y me pongo a enrollar hojas secas de ajenjo entre mis manos hasta que las fibras se vuelven tan finas como pelusa. Anido la hierba hasta el fondo del centro del óvalo de pasto, que llega a parecerse al cuidadoso nido de un pájaro. Preparo la punta de la rueca de cola de yegua para que coincida con la hendidura de la tabla de cedro y apilo hojas y palos para recibir el comienzo de una pequeña fogata.

El bosque que está aquí es denso con árboles pequeños, y se ha calmado tras 150 años desde que le han quitado el fuego y su ternura. Los enormes troncos de los árboles ancestrales muestran que alguna vez vivió aquí un tipo diferente de bosque, espacioso y paciente. No el bosque rápido y veloz que está aquí ahora, donde cada árbol empuja al siguiente. Las líneas de la veta de las trozas ofrecen su secreto de cómo un bosque se mantuvo tan grande y abierto. Dispersas a lo largo de los años, grabadas en círculos, la marca de un incendio, carbonizando la madera, comiendo un poco de la veta del árbol. La negrura seguida de líneas de crecimiento apretadas, cantando por renovarse, cinco años para recuperarse del calor. Seguidas de líneas que delimitan y se abren, el árbol va creciendo más rápido ahora, ya no compitiendo con los árboles más pequeños que se quemaron en el fuego, nueva luz solar, nueva agua. A veces las líneas no forman círculos, sino que se convierten en ondas que se curvan sobre sí mismas, haciendo que el tiempo haga algo diferente. Este patrón se repite durante muchos cientos de años, expandiéndose cada estación. Luego llegó un nuevo tiempo y el árbol fue talado, y se llevaron su fuego.

Estamos aquí ahora en esa línea de tiempo, no en la veta del árbol sino el espacio que la rodea. Estamos aquí ahora haciendo una chispa en la hierba, que crece hasta convertirse en una llama del color del maíz dulce. Pasamos el fuego entre nuestras antorchas y caminamos lentamente a lo largo de la parte superior del barranco. El fuego se mueve lentamente cuesta abajo, contra el pulso ascendente del calor, retrocediendo a través del fino crujido de las hojas. El tiempo es lento esta mañana antes de que el fuego alcance el primer tronco viejo, lamiendo los costados, saboreando los años que tomó hacer crecer un árbol tan viejo. Pero el tocón es viejo y seco, y cuando el fuego aprende esto, no tarda mucho en subir por encima y la madera cruje con el calor, las vetas se abren con chispas.

¿Es duelo o miedo lo que surge en mí al ver arder este archivo, estos ritos funerarios finales de la memoria del bosque? Sin embargo, su consumo es esencial para el mantenimiento de la práctica que los sostuvo. El fuego hace una encrucijada de todxs aquí. Si el recuerdo ya no vive fijado en los árboles, tiene que vivir en la práctica. Una de las personas que encienden el fuego comienza a cantar:

[11] mandó a llamar/mando a la llama de fuego
la bendición atotô 
tu xaxará
la herida se ha secado

xangô ilê
o caô o cabiecilê ilê
tu xaxará
la herida se ha secado

Lorena Mal (Comp.) (2024). Largo Aliento, Ciudad de México: Fundación op.cit.  p. 9-10.

I. CORTEZA

[2] El cuerpo es el primer territorio que se habita. [3] El aire de nuestra exhalación es el carbono que algún árbol en alguna parte atrapará. El carbono de toda la Tierra es registrado igual en todos los árboles. Por eso es posible reconstruir el pasado a través de cualquiera de sus fragmentos.

 

[4] Todo está unido, no sólo biológicamente y ecológicamente, también temporalmente. [6] El sonido es una presencia constante, una fuerza que atraviesa los cuerpos y al mismo tiempo los une.

 

[6] En algún lugar entre la presencia y el entierro. [4] Los árboles conectan las dimensiones atmosférica y terrestre.

 

[2] La historia climática de esos años y de esa región. [4] Los árboles demuestran la agencia de lo estacionario, enraizados a un lugar, toman la forma de los eventos que les rodean.

 

[2] La memoria de lo marginal o de lo abandonado. [8] Los árboles son invisibles. Nadie ve árboles. Vemos fruta, vemos nueces, vemos madera, vemos sombra. Vemos adornos o bonitas frondas otoñales. Obstáculos que obstruyen la carretera. Lugares oscuros y amenazadores que deben quedar despe- jados. Vemos ramas a punto de hundir nuestro tejado. [4] Los árboles viven mucho más tiempo que nosotrxs. [4] Los árboles son de muchas edades al mismo tiempo.

 

[8] Los árboles recuerdan lo que nosotros olvidamos. [9] Así funciona la memoria, es un proceso de recordar y de olvidar, de ver y de desaparecer. [4] Los árboles escriben, son cronistas, historiadores. Los árboles cuentan historias. [7] Cuáles van a ser las escrituras de las personas que van a atravesar ese espacio y se van a dejar tejer por su narrativa propia. [4] Los árboles contienen tiempo. [4] Los árboles se construyen año con año, recolectando sol, agua y aire. La palabra “madera” se deriva del latin lignum que significa “eso que es recolectado”.

 

[5] Hay una palabra en náhuatl para el sonido del viento cuando parece sonar como hojas pasando y moviendo la milpa: yzanáca.* [8] Los árboles fabrican el aire y se comen el sol. Sin ellos, nada. [8] Los árboles nos enseñaron también a ver que el cielo es azul. La fruta madura fue la causante de nuestra visión en color. [4] Los árboles bombean tanta agua al aire que afectan la humedad del ambiente, la formación de nubes, el color del cielo y el clima.

[10] Surgiendo de una necesidad por preservar un paisaje. [8] Los árboles quieren algo de nosotros, al igual que nosotros siempre hemos querido cosas de ellos. [8] Los árboles más vulnerables necesitarán moverse mucho más rápido para evitar quemarse.

[8] Los árboles proyectan sombra con la misma generosidad sobre los vivos que sobre los muertos. [8] Los árboles no son autosuficientes. Todo está relacionado entre sí.

 

[5] Cada generación se enfrenta a la tarea de elegir su pasado. Las herencias se eligen tanto como se transmiten. El pasado depende menos de “lo que pasó entonces” que de los deseos y descontentos del presente. Los esfuerzos y los fracasos dan forma a las historias que contamos. Lo que recordamos tiene tanto que ver con las cosas terribles que esperamos evitar como con la buena vida que anhelamos. Pero ¿cuándo decide uno dejar de mirar al pasado y en su lugar concebir un nuevo orden? ¿Cuándo es el momento de soñar con otro país o de abrazar a otrxs extrañxs como aliadxs o de hacer una apertura, un inicio, donde no lo hay? ¿Cuándo está claro que las viejas formas de vida han terminado, que ha comenzado una nueva, y que no hay que mirar hacia atrás? ¿Era posible ver desde la celda de detención más allá del fin del mundo e imaginar vivir y respirar de nuevo?

 

Textos citados
Textos basados en escritos de [1] Carolina Estra- da, entrevistas para la exhibición Siluetas sobre Maleza, Museo Jumex 2024. Pregunta a Vivian Suter: “[las pinturas] se dejan mover por el viento”. [2] Marielsa Castro Vizcarra, Entre ruinas, islas, selvas, bosques, montañas y automóviles, texto de la exhibición Siluetas sobre Maleza, Museo Jumex 2024. [3] Conversación con la Dra. Char- lotte Pearson del Tree Ring Research Lab, Tuc- son. [4] Lynda V. Mapes, Witness Trees, 2019. [5] Fray Alonso de Molina, crónica del s. XVII. [6] Kit Hammonds, Silhouettes in the Undergrowth, texto curatorial de la exhibición Siluetas sobre Maleza, Museo Jumex 2024. Sobre la obra de Vivian Cac- curi, y Ana Mendieta. [7] op.cit. Carolina Estrada. Minia Biabiany sobre su obra. [8] Richard Powers, El clamor de los bosques, 2018. [9] op.cit. Carolina Estrada. Nohemí Pérez sobre su obra. [10] Adria- na Kuri Alamillo, texto de la exhibición Siluetas sobre Maleza, Museo Jumex 2024. Sobre la obra de Nohemí Pérez. [11] Nathalia Scherer, canto tradicional de Brasil en portugués recordado parcialmente durante una quema prescrita en el territorio Yurok al Norte de California. [12] Saidiya Hartman, Lose your mother: A journey along the Atlantic Slave Route, 2008.

Lorena Mal (Comp.) (2024). Largo Aliento, Ciudad de México: Fundación op.cit.  p. 6-7, 12.